La persistencia del Orden o Sobre lo que se escucha en la Música

Antes que nada, gracias a Cielo entre hojas, que nos sugirió la lectura
de este escrito de nuestro amigo Eduardo Del Estal. Es una parte de un ensayo denominado: Breve crítica de la Razón Auditiva, en la cual se hace una reflexión y crítica sobre lo que se considera música (en la extendida sociedad occidental), y que hay detrás de estas convenciones. Recomendamos leer el ensayo completo en:
http://delestal.blogspot.com/
La persistencia del Orden o Sobre lo que se escucha en la Música
La práctica y la audición musical de las sociedades actuales constituye una anomalía en la historia de las civilizaciones. Resulta inexplicable que una cultura altamente diferenciada tecnológicamente de todas sus precedentes, con un marcado dinamismo estructural donde los valores carecen de toda solidez y permanencia, reconozca como propia, una concepción musical originada en un pasado remoto y en un contexto sensorial y cultural tan ajeno como irrecuperable.
(Aún las manifestaciones fácticas de la música popular, se fundamentan en la más rígida y estrecha aplicación de la gramática tonal, como en el caso del rock).

A diferencia de las vanguardias literarias y plásticas, la música no logró instalar nuevos hábitos auditivos exigidos por la transformación tecnológica del ambiente humano y fue ignorada por un público que reconoce las obras de Bach, Mozart, Beethoven o Wagner, como su música más propia y significativa.
En tanto la “cultura de la imagen” provoco una auténtica mutación de la percepción visual, que se suma a otras mutaciones de la ideación y de la motricidad, generadas por la digitalización cibernética y la adaptación a la velocidad y densidad de los estímulos sensoriales de las gigantescas concentraciones urbanas, la música contemporánea sólo alcanzó a aportar ciertos timbres electrónicos y una rítmica más compleja a una musicalidad que permanece aferrada a la sintaxis expresiva y a una audición orientada por el modelo del sistema tonal

No es necesario destacar que la visión del Mundo dentro de la cual se consolidó el sistema tonal dejó de existir a fines del siglo XIX, el Orden político de las monarquías absolutas, la física gravitatoria de Newton y la racionalidad absoluta del Iluminismo, han caducado y no representan el Modelo de Cosmos contemporáneo.
Solo el Orden tonal, sin presentar ninguna relación de analogía, ni ejemplificar ningún estado de cosas, sobrevive, como una estructura estética fuertemente vigente en la cultura contemporánea.
Por lo tanto, corresponde suponer la existencia de alguna propiedad determinante de la gramática tonal que la instaura como lo Real de la música, aún en el contexto sociopolítico radicalmente diferente y a pesar de la mutación perceptual acontecida a lo largo del último siglo.
Esta supervivencia de la tonalidad en un contexto donde nada la remite lleva a preguntarse qué es lo que el hombre occidental escucha en esa organización sonora para considerarla la posibilidad absoluta y definitiva del acontecimiento musical.

Resulta evidente que el Sistema Tonal comparte la esencia clausurada y circular que define a la Razón Moderna. La tonalidad como toda Forma de discurso tiene sus leyes que no son otras que las leyes de su Forma, es decir, que todo discurso enuncia, en primer término, las reglas de su propia construcción.
Y el conocimiento de esas reglas permite su legibilidad, lo que musicalmente significa que la audición debe estar determinada y su respuesta emotiva conformada, por las mismas leyes sintácticas del discurso sonoro.
La musicalidad proviene de un “acuerdo social”, de una comunidad de sentido, por la cual, ciertas formas sonoras resultarán significativas, y esas formas expresarán la resolución de toda crisis en el reposo, de toda desviación en el regreso, y de toda perturbación en el equilibrio.
Y es por esta comunidad de significados, que la música se constituye en un “lenguaje”.
A pesar de que esencialmente, la música, es absolutamente autorreferencial y los sonidos no remiten a otra cosa que a los sonidos, su organización, de acuerdo a una sintaxis formal predeterminada, les otorga la condición de “signos”.
Para la cultura occidental, no hay percepción sensorial sin inteligibilidad, no hay estética sin racionalidad, ni estímulo sin significación.
Lo Real es siempre legible, y es legible porque se estructura como lenguaje.
Aquí emerge una revelación crucial.
El ya mencionado “giro lingüístico” la estructuración gramatical de la realidad es el axioma que establece la primacía del lenguaje como fundamento cognitivo del siglo XX.
Esta concordancia meta-histórica de un mismo Modelo de Mundo sería razón suficiente para explicar la persistencia de un Orden tonal que articula la música como lenguaje.

Pero existe otra motivación más profunda para que la Música exista como lenguaje en el imaginario del hombre Occidental.

Es necesario aclarar que la Música tonal se caracteriza tanto por una relación jerárquica de intervalos sonoros como por discurrir en la trayectoria lineal de un tiempo orientado hacia un final donde se restaura el equilibrio inicial.
Concretamente, en la música Occidental no se escuchan sonidos, se escuchan relaciones de sonidos, y toda forma de relacionar sonidos es un modo de organizar discursivamente al tiempo.
Esta particular configuración legible del tiempo posee una importancia fundamental
La hegemonía excluyente del Sistema Tonal coincide, en el paso del siglo XVII al XVIII, con una nueva interpretación de la temporalidad que se caracteriza por tres aspectos cruciales: la puntualización del presente, la historización del pasado y la apertura del futuro.
Este dispositivo conceptual posee la capacidad de reducir lógicamente la complejidad de los fenómenos y la inseguridad ante el devenir.
La perdurabilidad de la música tonal no se debe a ninguna naturalidad ni a la inercia de un hábito perceptual, persiste como un manifestación de la voluntad de dominio expresada en la Idea de que todo lo Real se articula como significado del lenguaje.

El Orden de la música tonal impone una “prohibición de los acontecimientos”.
La sólida organización gramatical de sus poderosas fuerzas afectivas le permiten “unificar armónicamente el devenir en la forma de un discurso histórico”.
La necesidad de una Historia discursiva nace del terror arcaico a que los acontecimientos se dispersen azarosamente.
Apartarse de la linealidad causal implica abrirse a la dimensión de la fatalidad y en la fatalidad no hay sucesión discursiva, todo se da en una simultaneidad catastrófica.
Catástrofe significa la abolición de las causas y ocurre allí donde la causa resulta absorbida por el efecto.
La catástrofe devuelve a los fenómenos la materialidad de su mera presencia.
La realidad deja de ser racional para devenir lo que se resiste a la razón.
El oído no puede cerrarse.
Lo Real es la resistencia de las cosas a todo régimen de significación.

Eduardo del Estal

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